Gerardo Custance
Madrid/Paris
1976/2017
La serie Perímetro explora fotográficamente los territorios contenidos en un imaginario mapa circular cuyo centro se sitúa en la capital de España y tiene un radio de 150 kilómetros. La colisión entre el paisaje urbano y el rural es el hilo conductor de una obra que reflexiona sobre la interacción del ser humano con los espacios naturales. Custance utiliza para ello recursos estéticos procedentes de la pintura paisajista del siglo XIX y del neo-documentalismo, una tendencia emergente en la fotografía contemporánea que estudia, a la manera de los antropólogos sociales, los signos y las huellas que definen a las sociedad actual.
Siguiendo el planteamiento del autor, la ciudad de Madrid se comporta como el epicentro de un metafórico terremoto que extiende su influencia, con frecuencia nociva, sobre las áreas que lo circundan. El grado de afectación que sufre el paisaje es tanto mayor cuanto más cerca está del núcleo urbano, mientras que su rastro se difumina conforme nos vamos alejando.
Gerardo Custance propone una aproximación visual a este universo entrópico desde la experiencia individual, evidenciando una cierta melancolía por la enriquecedora interacción –de corte casi metafísico- que el hombre siempre ha establecido con la naturaleza. Frente a la velocidad que caracteriza a la sociedad actual, Custance adopta un tempo ralentizado, un eco metafórico del acto de caminar sin una dirección determinada, dejándose llevar por la intuición y deteniéndose a observar y escuchar lo que el paisaje murmura. A cambio pide al espectador, como solicitaba el pintor paisajista Caspar Friedrich, dedicar a sus obras la serena y sostenida profundización de la visión que conduce a la contemplación. La propia naturaleza parece entonces indicar los caminos a seguir con la mirada o con la conciencia.
Aunque alejado del espíritu romántico de Friedrich, en sus fotografías Gerardo Custance aspira a desvelar, más bien a recuperar, los fragmentos sublimes de la naturaleza sin servirse de la fantasía; apoyándose únicamente en el hiperrealismo de la imagen para transparentar su pensamiento. No hay mesianismo ecológico ni elementos simbólicos que guíen nuestra interpretación hacia un relato determinado. Hay un deseo de prolongar el contacto y la proximidad del espectador a ese paisaje hibridado con los destellos y los residuos del progreso. Demorar la lectura de la imagen, parece proponer, para activar una distancia crítica con lo representado.
Estás fotografías son preguntas al respecto de ese territorio de intersección que resulta de la irrupción de infraestructuras urbanas en los espacios naturales. Las causas de ese veloz deterioro han sido prolijamente descritas: el masivo e irreversible desplazamiento de la población rural a la ciudad; las actividades de ocio sin control que se desarrollan a pocos kilómetros de las zonas residenciales; la construcción de nuevas redes viales para facilitar y potenciar el desarrollo industrial; la deforestación, a menudo incontrolada, para construir nuevas viviendas o zonas de servicios… Intervenciones que la inercia nos hace parecer anónimas y que protagonizan la degradación de un paisaje cuyos límites estaban claramente definidos en el pasado reciente.
Los paisajes perimetrales de Gerardo Custance destilan silencio e invitan al silencio. Pero están lejos de convocar los desbordamientos emocionales que inspira la belleza. Mas bien, juega con las depuradas composiciones para estimular el recuerdo de los cánones clásicos de la pintura y hacer que el significado primario de sus visiones pase desapercibido por unos instantes. Todo necesita tiempo. Las obras tienen que ganarse su derecho a existir, antes de poder aspirar a ensanchar el conocimiento del público. Con frecuencia las reflexiones fluyen con mayor espontaneidad a través de los rituales: el de la contemplación en soledad, por ejemplo. Tal vez por ello realiza las fotografías con una cámara de gran formato: un dispositivo que es la antítesis de la inmediatez pues exige al fotógrafo lentitud, precisión y paciencia. Ha de esperar a que la luz se sintonice con su estado de ánimo y componga un lienzo capaz de activar la complicidad del espectador con su mirada. Una mirada que dialoga críticamente con el entorno y sugiere la necesidad de recuperar la relación esencial del hombre con la tierra que habita.
(Texto de Alejandro Castellote)
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