Javier Marquerie Thomas
Madrid
1986
Los Barros del Monje es la finca de mi familia. Los paisajes donde crecimos rebosan de munición y metralla procedente de la Batalla de Brunete. Después de años paseando con un detector de metales, mi tío, Javier Marquerie Bueno, ha desenterrado una colección excepcional. Setenta y cinco años después de la Guerra Civil Española, admiro la colección de mi tío y paseo por el campo de batalla. Entre objetos y trozos de metal oxidado brotaron las raíces de nuestra genealogía. Los Barros del Monje es una historia micro-épica. El amor y la fuerza de una familia, una lucha por la ideología política de soldados de todo el mundo, los campos de Castilla, los campos de batalla, el olor a tomillo. El desgaste de la memoria de una familia reflejado en el de un país, una historia en una Historia.
Yo no viví la Guerra, mis padres tampoco y hasta ahora no la había estudiado. Ahora solo puedo construir mi relato. Este verano me he enfrentado al paisaje, he fotografiado la munición hallada en él y a las estrellas que me unen con los soldados. He retratado a mi familia y me he subido a un avión para distanciarme y tener una visión cenital del paisaje. He observado mi propia biografía, desde abajo y desde arriba.
Llegué a Los Barros con la idea de realizar mi proyecto conviviendo junto a mi familia. Venía agarrado a las memorias de mi infancia: la casa de campo en verano, las barbacoas, la piscina, los paseos. La realidad con la que me he encontrado ha resultado ser distinta. Los niños ya no son niños, los padres trabajan mucho y ya no convivimos en el campo. La familia como estructura es un mito, y como cualquier mito se ha abatido. El amor y la unión familiar permanecen, pero su escenario ya no es Los Barros. He vivido un desencanto con la finca, he sentido en ella un abandono emocional. Solitario, en busca de los rastros de una guerra me he topado con decenas de madrigueras, he encontrado fotografías inesperadas, accidentales. La naturaleza transcurre y desdibuja la historia en el paisaje, llega el cambio y el olvido desafía con serenidad.
A finales de verano falleció mi abuelo. Un par de semanas antes estuvimos juntos en Los Barros. Le fotografié junto a mi abuela en un atardecer de agosto. Sin saberlo, él se despedía del campo y yo me despedía de él. Mi abuelo era un pilar en mi familia, y ahora siento y asumo la responsabilidad de hacer que perdure su memoria.
Bajo el acechante sol castellano del mes de julio, el soldado permaneció esperanzado. Un soldado es un optimista profesional. Y yo, como cualquier narrador, también soy optimista, mantengo la esperanza de que se repita mi historia y se cuente el relato, de que reviva el mito… Que mis hijos hagan sus cabañas entre encinas y trincheras, que sudemos con el sonido de las cigarras de fondo y que comamos conejo al tomillo como harían los soldados del 36. Javier Marquerie Thomas (2012)
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