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Ante la inminente demolición de la fábrica, llamé a las plañideras para que representasen el teatro del dolor frente la inevitable muerte del espacio. Todos los operarios fueron congregados para el banquete fúnebre, que según la tradición fue presidido por el muerto, el edificio industrial en el momento de cese de su actividad. Por último realicé la instalación lacrimatorios entre las máquinas. Esta instalación funeraria fue construida de una manera ritual y fue realizada con la intención de permanecer dentro del edificio durante el derribo. Depositada en el interior tenía como misión acompañar al difunto en su viaje hacía el más allá. 

Pero llego la crisis y la apresurada reconversión del polígono, quedo paralizada. Los operarios se fueron a trabajar a otras fabricas y los restos del naufragio quedaron olvidados en un mar de incertidumbres. Entonces pedí a las mujeres de los trabajadores que, vestidas como cofrades de la procesión del silencio, tejiesen una tela de araña entre la maquinaria y cortaran después,  a oscuras y  a tijera, los hilos de lana en tensión; mientras el flash y la cámara registraba la acción. Se fueron después, en silencio.

Se recuperaron después los objetos abandonados, esas viudas de vivos. Para construir a partir de ellos monumento. Se ampliaron los grafismos encontrados en los restos, fotografiando después el resultado, para incluirlo después en la en la propia escultura en un ejercicio especular.