Rita Puig-Serra Costa
Barcelona
1985
«Where Mimosa Bloom» traza un recorrido a través del recuerdo. Busca rememorar una madre que ya no está, a través de objetos, personas y momentos que nos llevan directamente a su persona. Es un homenaje de Rita a su madre Yolanda. Un intento de concentrar en un libro su universo familiar.
Te veo en los ojos de Mercè y de Mo, de Pascual y de Caterina, y también en los de papá. Sobre todo te siento cerca cuando estoy con Montse, cuando hablo con Valentí o cuando te recuerdo con Martina y con Pol. Pero cuando siento que de verdad estoy contigo es cuando veo a Oriol. Entonces entro en nuestro universo, y recuerdo nuestras bromas, nuestras manías y nuestra manera de hacer. Y casi me puedo imaginar que estás con nosotros, y que te hacemos enfadar. O me imagino que estamos en una mesa grande, con mucha gente, y me miras de lejos y me guiñas el ojo. Y me quedo más tranquila.
Cuando estoy sola también te recuerdo, porque siempre estás conmigo, pero a veces resulta más difícil, y parece como si no hubiera manera. Como si por mucho que quisiera no pudiera acercarme a tu recuerdo. Es muy extraño.
A veces pienso que me ves. Yo nunca he creído en estas cosas, pero te prometo que lo pienso. Miro a derecha y a izquierda, sólo con los ojos, y después hacia arriba y hacia abajo, y no estás, claro, pero te siento muy cerca.
También me pasa mucho con los olores. A veces hay alguien que huele tan parecido a ti que no quiero dejar de estar a su lado. Me pasó con una compañera de trabajo. La conocía muy poco, pero me caía tan bien por oler como tú que quería estar con ella todo el rato.
Y, sobre todo, me pasa con mi piel. Y todavía más con la piel de mis manos. Las miro y me las toco, primero una, luego la otra, la una con la otra, y no puedo dejar de pensar que esta piel es también tu piel o, mejor, que tu piel es también la mía, y que de alguna manera sigues aquí. Qué responsabilidad. Pero a la vez me tranquiliza mucho.
También me pasa con la cara, con el pelo, con la barriga y, aunque no me guste tanto, con los pies. Te reconozco en muchas caras que pongo y en muchas cosas que digo. También te encuentro en la manera que tengo de hacer las cosas, a pesar de que a veces me preocupo porque pienso que lo harías justamente al revés. Pero pensar que no pasa nada, también me tranquiliza.
Te has perdido muchas cosas, y muchas más que te perderás, y esto es lo que me duele más. Al principio, no podía ni plantearme la idea de tener hijos sin que tú lo pudieras ver. Sé que será el momento en que más te echaré de menos… El amor de una madre no te lo puede dar nadie, nadie, nunca más. Esto ya hace días que lo entendí, y tampoco pretendo encontrarlo. Me intento querer un poco más de lo que me quería antes de que pasara todo. Pero, está claro, no es lo mismo.
Los amigos me han cuidado tanto, pero tanto, que para mí son como la familia. Me hizo gracia cuando el día del entierro, Valentí dijo que le habían recordado a una pandilla de gitanos haciendo guardia en la puerta del hospital los últimos días. Somos como una familia, por suerte, y pienso que sin ellos no hubiera sabido salir adelante.
De pequeña, y de no tan pequeña, me había imaginado algunas veces que te morías. Supongo que esto les pasa a todos los niños. Cuando por la tarde esperaba en casa a que llegaras de trabajar y tardabas más de lo normal y por la tele daban el tráfico y decían que había habido un accidente, sólo podía pensar que eras tú y lloraba y lloraba. Pensaba que si pasara, no lo soportaría y que me iría contigo. Y lo pensaba muy en serio, porque no veía otra solución. Cuando nos enteramos de que estabas enferma, me pasó lo mismo. Me acuerdo exactamente del momento en que lo supe del todo: estábamos hablando por teléfono, yo subía del patio, y cuando me dijiste qué tenías, casi me caigo por la escalera. Pensamos que se solucionaría, pero rápidamente quedó claro que no. Creo que no lo quería ver, sólo quería pensar que todo se arreglaría y que te pondrías bien, porque eras demasiado joven, y demasiado guapa, y demasiado todo, como para marcharte. Pero también recuerdo la mañana en que Montse me cogió en la cocina de casa y me abrazó y me dijo que no, que esto no se arreglaba y que tenía que ser fuerte. A partir de entonces, te prometo que lo fui. No sé de dónde vino esa fuerza, yo fui la primera sorprendida. Pero vi que me tenía que espabilar como fuera, y creo que aquella primavera crecí de golpe.
Con los pocos días que quedaban, me propuse que tenía que demostrarte que saldría adelante sin ti, porque sabía que era lo que más te preocupaba. Creo que lo hice bien, y que te marchaste más o menos tranquila. Recuerdo los tres últimos días, que sólo te preocupaba lo que yo había comido. Y yo no comía nada, claro, no podía, y te mentía y te decía que me había comido unos bocatas enormes, y te hacía “así de grandes”, con las manos.
Fue muy duro, pero a la vez creo que lo hicimos bien. Tú lo hiciste perfecto, si es que una cosa así se puede hacer perfecta, y nos diste a todos una lección de vida, qué contradicción. Me hacía mucho daño imaginarme lo que te debía de pasar por la cabeza. Recuerdo que nos decías que te gustaba demasiado la vida, pero que las cosas eran así. También me acuerdo de cuando nos dijiste que sobre todo te quemáramos, casi me da un infarto. Es muy duro escuchar a alguien hablar de lo que será de él cuando ya no esté.
Tuve un nudo en la garganta durante meses y meses. Por las noches sentía como si me clavaran cristales en la barriga, literalmente. Y todavía hoy me desvío para no pasar por delante del Clínic.
Y poco a poco, con estas fuerzas que no sé de dónde habían salido, pero que intuyo que tú me habías enseñado, me fui poniendo bien. Me imaginaba que eras como una planta, que se había puesto enferma y se había secado. Intentaba pensar que era algo natural, y que, aunque fuera horroroso, era así. Me sabía mal volver a reír. Pero también pensaba que tú estarías contenta de ver que estaba haciendo aquello que me dijiste cuando te vine a ver a tu habitación y te pedí unos consejos, o alguna cosa que me pudiera quedar conmigo para siempre: “sé valiente, independiente, pero, sobre todo, sobre todo, buena persona”.
Rita lives and works in Barcelona, where she combines personal projects with commercial assignments and her work as an editor for Perdiz magazine. After studying Humanities for her BA and completing a Master’s Degree in Comparative Literature, she studied Graphic Design at IDEP and Photography at CFD School of Photography and El Observatorio. Her first project, Where Mimosa Bloom, was published in 2014 by Editions du Lic. Last year she and Dani Pujalte received the 20nd Fotopres La Caixa grant to produce the work Good Luck with the Future. She is now working on a project with Salvi Danés and David Bestué with the support of Terralab.cat.
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